Nos encontramos en la Isla Rosberaud, propiedad de la familia Willard. Allí, en el centro de la isla se encontraba la imponente mansión de verano de aquella familia adinerada. También, justo delante del mar, estaba la casa del vigilante, donde dormían él y la criada, que era esposa de éste.
Hacía una semana muy buena y la señora Willard decidió invitar a una conocida suya a pasar allí unas pequeñas vacaciones. Ésta se llamaba Agatha Miller y desde hacía mucho no había ido a visitarlos.
Agatha llegó y reconoció a su amiga Mrs. Willard, tan vanidosa y estirada como siempre. Acto seguido entraron las dos al salón de la mansión (de estilo renacentista) y allí les esperaba el orgulloso Mr. Willard.
Mientras tomaban el té, llegó la rebelde hija de los Willard, llamada Jacqueline, que al parecer ya se había enamorado de un nuevo capricho que había visto en su revista mensual.
Los demás habitantes eran del servicio: estaba el mayordomo llamado Joseph March y la criada llamada Nancy Smith. En la isla también vivía el vigilante llamado Marco Smith, pero éste se encontraba de viaje.
Ya hechas las presentaciones, decidieron empezar con la comida. Después de una larga comida, llena de humillaciones de Mr. Willard hacia el servicio, Agatha y Mrs. Willard se fueron al salón a practicar la costura. Mr. Willard se excusó ante ellas para retirarse a su habitación, ya que se encontraba mareado.
Como era normal en aquellas épocas de verano, se presentó un inoportuno temporal, y éste no permitió a las mujeres ir a bañarse a la fabulosa playa de la isla.
La criada se encontraba preparando el té en la cocina y el mayordomo estaba en la salita poniendo a punto la baraja de cartas a las señoras, ya que con ese temporal no podían jugar al criquet.
Mientras tanto, Mrs. Willard se encontraba durmiendo su siesta diaria y su hija Jacqueline estaba en su habitación, donde no paraba de tirar vestidos que consideraba anticuados para así hacerle un hueco a sus nuevos caprichos.
Agatha acababa de llegar y ya estaba harta de cuanta gente altanera y estúpida había en aquella casa. Por más que lo pensaba no sabía cómo su difunto marido tenía ese tipo de amistades. Como estaba muy aburrida, decidió entregarse a su mayor placer, la lectura de novelas policíacas.
Mr. Willard no hizo acto de presencia durante el resto del día. Mientras, las mujeres tomaron juntas el té y después cada una se dedicó a sus aficiones de nuevo.
A la hora de cenar, la criada llamó a los comensales con una campana y acudieron todos menos Mr. Willard. El mayordomo se ofreció a ir a despertarlo, pero como se enfadaba mucho cuando lo interrumpían, su esposa  rechazó la oferta.
La cena transcurrió lentamente a ojos de Agatha y se alegró mucho cuando anunció el mayordomo que todo el mundo podía retirarse. Como estaba muy cansada por el viaje, Agatha decidió irse a la cama.
La criada se fue a su casa, la de su esposo el vigilante. Una vez hubo salido, cerró la puerta de la mansión con llave ante la atenta mirada de Mrs. Willard.
A la mañana siguiente, todo el mundo se levantó temprano para arreglarse y a la hora del desayuno estaban todos en el comedor menos Mr. Willard. Agatha se tomó su habitual café con croissants y ante la ausencia de Mr. Willard decidió pasar por su habitación a ver cómo se encontraba.
Llamó muchas veces a la puerta, pero nadie le abrió. Se lo comunicó a todos los habitantes de la casa y acudieron allí rápidamente. Grande fue la sorpresa de todos, cuando encontraron en la cama a Mr. Willard con una daga clavada en su pecho.
La esposa quiso llamar a algún detective, pero había un fuerte temporal y para poder hablar por teléfono, éste se había de conectar desde la casa del vigilante.
Agatha tuvo la gran idea de encargarse del caso y ante el permiso de Mrs. Willard decidió empezar a investigar.
Primero examinó el cadáver, donde encontró que la daga había traspasado el reloj de bolsillo de Mr. Willard, el reloj se pararía por tanto a la hora del asesinato: las doce. Además se notaba que la puñalada fue dada con ensañamiento, lo cual le llevó a preguntarse: ¿Qué motivos tan fuertes pueden llevar a un asesinato?
Después, Agatha decidió que debía investigar los motivos para asesinar a Mr. Willard por parte de cada persona.
La criada y el mayordomo recibían continuas humillaciones, Jacqueline no conseguía muchos de sus innumerables caprichos y Mrs. Willard quería heredar la gran fortuna de su marido.
Agatha decidió interrogar a la familia del difunto empezando por Mrs. Willard. La citó en la terraza cubierta del patio trasero y, mientras tomaban un refrigerio, la interrogó:
-          Me gustaría saber qué hizo ayer por la noche.

-          Dormir –dijo la señora-. ¿Acaso me acusa de algo?

-          No, nada más lejos. ¿Hay algún lugar que comunique con la habitación de él?

-          Hay una especie de armario en el suelo, aunque hace años que no se usa.
Agatha confirmó sus sospechas, faltaba algo en aquel crimen.
Se dirigió al armario secreto y allí encontró un pañuelo de mujer, hecho de seda, con la inicial “H”. Solamente tenía un objetivo más por hoy, hablar con Jacqueline, y lo consiguió:
-         ¿Sabe si alguien de aquí tiene un nombre o apellido con la inicial “H”?

-         No, que yo sepa.

-         ¿Sabe algo del crimen que no me ha contado?

-         ¡No, por Dios!

-         ¿Se alegra de la muerte de su padre?

-         ¡Es usted una arpía!
Acto seguido salió del cuarto hecha una fiera. Agatha decidió retirarse a su habitación, ya de noche, para ordenar lo que sabía. Pasó todo el rato tumbada hasta que oyó un ruido en la planta baja.
Salió de la habitación despacio y cuando llegó a la planta baja supo que el ruido venía de la habitación del mayordomo. Agatha oyó que estaba hablando por teléfono con una tal “Elena”. Agatha pensó que Nancy había conectado el teléfono desde la casa del vigilante para que hablara por teléfono. Estaba a punto de irse cuando descubrió que en la puerta había enganchado un trozo de camisón de mujer que daba al interior. Volvió a la cama y permaneció allí hasta la mañana siguiente.
Nada más levantarse y desayunar, Agatha interrogó al mayordomo, que se mostró sorprendido por sus preguntas:
-         ¿Ayer por la noche estaba hablando por teléfono con una tal “Elena”?

-         En efecto hablaba por teléfono, pero con una prima mía de España llamada Milena.

-         ¿Había alguien más?, vi un camisón en la puerta.

-         No, en la puerta tengo una cortina y además estaba solo.
Agatha sabía quién era el asesino y el motivo, pero no el modo, y además no tenía pruebas. Tuvo que seguir con los interrogatorios y le tocó el turno a la criada Nancy Smith:
-         ¿Nació usted en este país?

-         Sí, en efecto.

-         ¿Y sus padres?

-         Mi padre es belga y mi madre era griega.

-         Usted no es sospechosa, ya que cuando el reloj se paró en el asesinato usted estaba en la casa de su marido –soltó Agatha-.

-         En efecto, yo estaba fuera y el reloj funcionaba perfectamente.

-         ¿Cómo lo sabe?

-         Soy la encargada del reloj, lo revisaba todos los días por si acaso.
Agatha, poco a poco, descubrió que le parecía tan raro en aquel caso.
Primero decidió pasarse por la habitación del mayordomo donde vio que, en efecto, allí no había ninguna cortina. Aprovechando que todos estaban atareados se ausentó con la excusa de dar un paseo, ya que esto le gustaba mucho.
Decidió ir poco a poco hasta la casa del vigilante, a orillas de la costa. Una vez allí tuvo una dificultad: ¿Cómo podía colarse en la casa sin que se notara?
Se detuvo a comer lo que había cogido de la cocina, dos bollos y una manzana. De repente vio, por un agujero pequeño en la pared, que en la mesa había una llave. Entonces decidió poner en marcha el plan que se le había ocurrido.
Esperó durante horas sentada en el suelo, como si se hubiera caído. Pasadas esas horas llegó la criada, que estaba buscándola por orden de su señora. Al verla en el suelo, aparentemente mal, decidió llevarla a su pequeña casa, ya que estaba más cerca que la mansión.
Una vez allí, pidió a la criada que le trajera agua para lavarse la cara y las manos sucias. Cuando la criada fue a buscarla, Agatha cogió la llave de la mesa y se la escondió en su bolsa. La criada regresó con el agua y después de haberse lavado volvieron poco a poco hasta la mansión.
Durante el camino, Agatha y la criada hablaron y esto fue muy útil para la investigación. Agatha averiguó que la criada era la única con acceso al reloj, pero sin embargo no lograba ponerla entre los sospechosos ya que no estaba en la mansión cuando se produjo el asesinato.
Una vez en la mansión, Agatha decidió comer un poco y ya que era la hora de la siesta se fue a su habitación.
No se lo pensó dos veces. Se quitó el vestido, se puso unas mayas de lana y, a pesar de su edad, uso la cinta de las cortinas para llegar desde su ventana del primer piso a las puertas de la mansión.
Echó a correr y rápidamente llegó a la casa del vigilante. Usó la llave para entrar y después de registrar el salón, la cocina y el baño sin encontrar nada, se dirigió a su habitación. Allí encontró lo típico: ropa, utensilios de aseo, varios uniformes de criada, un reloj de bolsillo bastante viejo, unas gafas, joyas de poquísimo valor… Se paró ante el camisón y vio que ese no era el que había visto en la puerta del mayordomo.
En aquel momento, alguien entró a la casa, Agatha salió por la ventana, se puso ante la puerta y por un presentimiento llamó al timbre.
Grande fue su sorpresa cuando le abrió un hombre. Éste se presentó como Marco Smith y la invitó a pasar. Agatha le contó todo lo sucedido y éste se lamentó mucho por la muerte de su jefe. El vigilante vio que Agatha se había mojado los zapatos y la condujo a su habitación para que se pusiera algunos de su mujer.
Como Agatha no usaba esa talla no pudo ponerse ningún par de zapatos, pero cuando le dijo al vigilante que su reloj de bolsillo (que había dejado en la mesilla de noche cuando había entrado a registrar la casa) era muy bonito, éste le contestó que aquel reloj no era suyo. Agatha pidió permiso para quedárselo y preguntó a Marco Smith si podía acompañarle a la mansión. Dejó con disimulo la llave de la casa en la mesa.
Después de ir a cambiarse de ropa, Agatha vio el emotivo reencuentro entre el vigilante y su esposa. Jacqueline, el mayordomo y Mrs. Willard también saludaron al vigilante y le volvieron a contar lo que Agatha ya le había narrado. Después, el vigilante y la criada se fueron a su casa.
Agatha observó complacida que el vigilante no contó lo del reloj y se retiró con la excusa de que estaba cansada.
Pasó gran parte de la noche en el cuarto del difunto Mr. Willard, buscando la pieza que le faltaba en aquel rompecabezas. Se sentó, observó el reloj que había cogido al vigilante y lo comprendió todo. Rápidamente fue al sótano (donde estaba el cadáver) y comprobó que su teoría era cierta, ya tenía cogido al culpable.
A la mañana siguiente los convocó a todos en el salón y les contó el montaje del crimen:
-         Nancy Smith es la asesina y actuó inteligentemente. Se llevó el reloj a su casa con la excusa de que estaba averiado y a la mañana siguiente devolvió uno diferente a Mr. Willard diciendo que el viejo estaba roto. Puso un somnífero en la bebida de Mr. Willard a hora de comer y éste se retiró porque estaba algo mareado. Entonces, en algún momento de la tarde entró en su habitación, cogió su pañuelo para no mancharse de sangre y lo mató con una daga. Se aseguró de que el cuchillo pasara por el bolsillo de Mr. Willard donde estaba el reloj que marcaba las doce de la noche porque no le había puesto pilas.

-         ¡Eso es mentira! -chilló histérica Nancy Smith-.

-         Déjeme acabar, ahora explicaré los detalles. Su madre, Nancy, era griega y le puso como segundo nombre Helena, de ahí viene lo del pañuelo. Además fue muy astuta y compró un pañuelo que aparentemente no se puede permitir una criada. La noche después del asesinato llamaron a la mansión, pero no oí el teléfono. Eso es porque me hicieron creer que el mayordomo hablaba con su prima Milena cuando realmente el único teléfono que puede conectar con la casa sin llamar es el de la casa del vigilante. Cuando digo “hicieron” me refiero a la criada, el mayordomo y la esposa e hija del difunto que se apiadaron de Nancy al oír su versión; por eso, nadie dijo que el reloj del difunto no era el que usaba habitualmente, pero por suerte me lo dijo Marco Smith, ajeno a toda esta trama.
Agatha envió una carta a la policía y fueron a detener a Nancy. Ocultó el detalle de que todos menos el vigilante eran cómplices de asesinato para salvarles de la cárcel.

Òscar Palomares

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Publicat en dimarts, 13 d’abril del 2010



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Òscar Palomares

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